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Capítulo 19: El pecado de la desidia.

Creí que en algún momento comeríamos algo otra vez, deseaba ver a Karuza llegar con un pan entre sus patas, pero no sucedería así, entonces noté a Molly un poco afligida y distraída, no sé porque, no pude evitar sentirme preocupado, exactamente no sé de qué, pero tenía un mal presentimiento, como si algo faltara o como si olvidara algo de suma importancia que tendríamos que aclarar, me despisté por un rato y solo reaccioné por la mirada fija de ella sobre mí. Le dije:

 

          —Oye, ¿no tienes hambre? —Sujeté mi barriga y sonreí cohibido.

 

          —¡¿Otra vez?! —respondió exagerada, pero después actuó como si fuera considerada conmigo—: Bueno, veamos si los Crosswer dejaron algo de comida de la mañana.

 

          —¿Te refieres a lo que casi nos acabamos? —pregunté incrédulo—. Ah sí, eso debe ser, quizás reunieron más, no los he visto desde temprano.

 

          —No importa, no es como si estuvieran al pendiente de nosotros —dijo haciendo un gesto de desinterés con la mano mientras seguíamos con nuestro trayecto habitual.

 

 

          Ese último comentario lo sentí fuera de lugar, pero no averigüe a que se refería, mi estómago empezaba a rugir y comenzaba a lamentar ya no tener el mismo aguante de antes, me estaba mal acostumbrando a que aunque sea unas cuantas frutas a diario comía gracias a los Crosswer.

 

          Y lo anterior me trajo a la mente: “¿Para que habrían de reunir comida?”, no lo había pensado detenidamente, pero Molly tenía razón en extrañarse de su conducta, pues normalmente no lo harían. Cuando ellos comen lo hacen de la basura o no muy lejos del lugar de donde hurtan, o literalmente; en donde caiga el muerto, ciertamente era un comportamiento inusual, ya que incluso cuando ellos nos traían algo lo hacían de manera ocasional y por intervalos, es decir; vagamente a lo largo del día dejaban que tomáramos lo que llevaban consigo, al encontrarnos a alguno este soltaba lo que tenía y se iba volando, solo los vimos almacenando objetos pero nunca comida, y menos todos a la vez.

 

          Eso me llevó a cuestionarme: ¿Porque nos traen alimentos? O quizás deba reformular: ¿Porque creemos que nos los traen a nosotros? Ahora no puedo evitar pensar que éramos unos abusivos, la verdadera pregunta era: ¿Porque darnos de lo que ellos comen?; “No es como si estuvieran al pendiente de nosotros”. Pero en aquel momento creía sin motivo alguno sustentable que ellos cuidaban de Molly.

 

 

          Llegamos con Odín pero no había nada que comer, de los cuervos ni sus luces, de hecho todo estaba más tranquilo de lo habitual. Decidimos pasar al pueblo para conseguir algo por nuestra cuenta, ese hecho que generalmente tomaríamos como parte de la rutina; realmente ya no lo era del todo, pues los cuervos nos facilitaban esa tarea.

 

          De camino Molly permanecía en silencio, quise cambiar su extraño estado de ánimo pues prefería verla sonriendo, ahora fui yo quien comenzó con las tonterías, decidí practicar algunas de las técnicas que ella aplicaba conmigo para meterme en problemas delante de la gente, la molesté como normalmente ella lo haría, con mi insistencia le logré sacar algunas risas y con un poco de ingenio y atrevimiento me las arreglé para conseguir ponerla de buen humor, ella no se resistió y comenzó también a darme guerra.

 

          Después de comer unos bolillos extraídos por Molly velozmente de una tienda descuidada, quise ponerle el broche que le había regalado, pero se rehusó a que le tocara el cabello para arreglárselo, ella prefería por mucho estar despeinada, además el broche se le hacía muy “afeminado”; según ella no le sientan bien las cosas de niñas. Discutir por diversión era lo nuestro, así matamos el tiempo, el día estaba por terminar y emprendimos de nuevo el camino a casa con la novedad de que ni al fisgón de Karuza vi.      

       

          La tarde más larga y a su manera divertida, de alguna forma me sentía satisfecho y pleno, hasta ese momento de mi existencia terrenal llegué a creer que así podíamos hacer todos los días.

 

          Cargaba a Molly sobre mis hombros de regreso a Odín, ella agarraba su obsequio con su mano a la vez que se sujetaba de mi cabello, entonces hubo un momento de inesperado silencio pues nuestras risas de alegría pararon sin motivo alguno, y puedo hablar por los dos cuando digo que contuvimos nuestros suspiros para no ruborizarnos, como sea, de repente se hizo un poco incómodo y para romper la atmósfera cursi Molly tiró fuerte de mi cabello y comenzó a patalear:

 

          —¡Arre caballo! Apresúrate esclavo de paja, tenemos que llegar antes de que sea haga de noche.

 

          —¿Bromeas, no? ¿Piensas que te voy a llevar encima hasta Odín? Me duele el cuerpo.

 

          —¿Eres un anciano o qué?, no te quejes y apúrate.

 

          En ese entonces nos olvidamos de todo lo malo, pero una experiencia así para nosotros “los de abajo” no puede ser perfecta, nuestras vidas tienen constantes adversidades, no sé si es justo lo que merecemos, estoy obsesionado con eso, es como si quien escribe nuestras historias disfrutara de nuestro sufrir, porque siempre que sentimos que podemos ser felices tenemos que pagar un alto costo y nuestras ilusiones terminan en un bote de basura cuando caemos en la realidad y vemos que nuestros bolsillos siempre estuvieron vacíos.

 

          Humo, espeso y soberbio humo. Odio recordar y tener que contar esta parte, pero así fue como pasó y he aprendido a no negar mi pasado; íbamos apenas a las afueras del pueblo, y en lo que se ocultaba el sol y las tinieblas caían; teníamos una hora más quizás de rayos de luz naranja. Yo estaba pensando en cómo hasta ese momento había sido todo tan especial, entonces ocurrió la primera de muchas desgracias que se desencadenarían ese día; esa fue ver cómo cambiaba la expresión de Molly de esos “nocks” eufóricos, a ese rechinido de dientes de desesperación, sujetó mi cabello con más fuerza mientras miraba fijamente al bosque, en dirección a nuestro hogar, hacia una gran cantidad de humo que se levantaba en lo que parecía un punto al azar en algún lugar del amplio campo arbolado.

 

          Yo no lo había notado aún, de hecho yo todavía sonreía cuando después de ver su rostro más pálido de lo normal miré también a donde ella lo hacía; humo, espeso y soberbio humo en medio del bosque, entendí entonces lo que estaba en peligro, Molly saltó de mi espalda pero antes de que corriera la detuve, ingenuo e impertinente quise darle algún tipo de consuelo, le dije:

 

 

“¡Espera!, puede ser peligroso, tranquilízate, tomémoslo con calma, estoy seguro que Odín estará bien, solo porque hay fuego no significa que se esté quemando nuestro hogar.”

 

 

          Ella siempre supo lo que pasaba aunque la distancia a la que nos encontrábamos de Odín era grande, para Molly no solo era un presentimiento; era un hecho.

 

          Con un manotazo apartó mi mano de su hombro, ni siquiera me volteó a ver, dejó caer su obsequio y velozmente se adentró al bosque, la seguí, intentaba alcanzarla pero era imposible, recordé lo increíble y ágil que era, mientras corría ella brincaba y esquivaba troncos, ramas, peldaños, fisuras y agujeros sin ningún problema; solo tenía en mente un objetivo: llegar a donde Odín.

 

          Le gritaba que todo estaría bien y le pedía que me esperara, ella nunca me escuchó. Mientras más nos aproximábamos comenzaron a aparecer los Crosswer, acompañándonos volaban en la misma dirección, por supuesto siguiendo a Molly, por un momento pensé que no sería nada malo pues de haberse quemado Odín el señor Karuza o alguno de ellos que estuviese cerca nos pudo haber alertado de alguna forma.

 

          Ya era evidente que estábamos cerca del área afectada pues se percibía el intenso olor a quemado, las cenizas caían y el humo se hacía un poco más espeso. Lo siguiente que vimos fue la fuente del incendio, delante de nosotros; Odín estaba prendido en llamas.

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