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Epístola a los anfitriones de Hor.

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Yacía en la alta colina, bajo la luna mientras todos dormían, una criatura de belleza inigualable, de majestuosa figura, de fulgor melancólico admirable.

          Lóbrega escena y paisaje, una pintura de verde follaje, rodeado de cristalinas serpientes de agua, con el manto estelar se adornaba; pletórico deleite era la visión de su presencia inhumana.

 

          Le deambulé por las noches, insomnes eran mis escapes, extasiado le observaba sin valor a acercarme, ¡que osadía la mía el pensar si quiera en hablarle!

          El arconte permanecía sentado mirando al firmamento, estoico y sin pestañeo; padecía de nostalgia, pensé en el primer momento.

          Pasaron los días, sin falta le acosaba madrugada tras madrugada, mi salvación de este mundo material, mi secreto nefelibata, mi dosis de fantasía y placer sexual; erótica pación inmoral solo contemplar.

          Perdido en mis delirios, por golpes de mi ascendiente, agonizante ignominia; me habían exiliado, lacrimoso y con rabia, denodado a su encuentro había marchado.

          Cuando lo incordié, sin sorpresa me recibió, indiferente y con gran serenidad me contestó:

          —Aquí esperándote estoy.

          De rodillas imploré, de mi desgracia me desahogué, el no ser aceptado por mis ancestros, deshonrado desde menor, despreciado sin ninguna razón.

          Pues varón soy; más con mujer no quiero relación, ya que enamorado de uno solo estoy.

          Cuando por fin me miró, aurora que me estremeció, merlot y rubí; como vino que me embriagó, de sus ojos carmesí de vorágine albor, de hermosa cabellera dorada, tal cual alguna vez ángel del Señor.

          De su cabeza cuernos afilados le brotaban, de piel tersa y aperlada, heraldo perenne se dijo confinado estar, de un caído de alto rango que indigno soy de mencionar.

          —Humano, aburrido por siglos me hallo —expresó otorgándome nimiedad—, mis deberes son tantos, que no puedo viajar a ningún lugar. Obligo a un convenio, celebrado entre nosotros dos. No vuelvas a tu hogar, desterrado por tu familia ya estás, sé mi portador y receptáculo; por mi ojo izquierdo poseído habitáculo serás.

          Tomé orden de mi señor, y al huésped cautivado anhelé, de su cara la extracción de su globo ocular siniestro; tal cual acepté.

          Ya en mi mano una pieza centellante, como oro era, una joya inicua, mi tesoro más valioso; la pérdida de mi humanidad.

          El signo de nuestro contrato, incrustado en mi cráneo; nuestro pacto sellado con un talismán se favorecerá.

          Y me enalteció con una paradoja, y me hizo llamar “el que ahora completo está”, pues me arrebató ambos ojos; pero mi vista abierta permanecerá.

          Me arrastró a la muerte, para proveniente de las tinieblas, rescatada mi vida más que antes; rebosante abundará.

          Esclavizada mi alma, de nigromancia y pesadillas tengo cognición, soy el enviado; el ungido Jeserfarnahum discípulo ensalzado.

          Viajaré recorriendo la superficie del orbe, llevando espectáculo a mi deidad, e incluso después de que mi vida sea arrebatada, nuestro legado perdurará, para quien lo halle; la encomienda continuará, de generaciones venideras en la tierra del Adán.

Sanados por la marca y símbolo en la frente, ¡cólmense de dicha!; están condenados y no se liberarán, ¡anfitriones del demonio Hor; glorificados serán!

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Esta fue la historia del amuleto udyat.

 

De generaciones en generaciones, y después de pasar de mano en mano; llegó a tener un status de “paradero desconocido”.

 

Mucho tiempo después, un coven de brujas logra robar un botín de artilugios y reliquias mágicas, entre ellas el amuleto udyat, estas yacían olvidadas y custodiadas en una pirámide atávica por una entidad que vagó por el mundo por muchas años recolectando dichos artículos.

 

Una de esas brujas, decide darle como último obsequio el amuleto udyat a su aprendiz antes de separarse. Aquí puedes leer la ficha de personaje de la actual poseedora del ojo izquierdo del demonio Hor; Nazar fungi:

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