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Capítulo 17: Petricor.

Y así fue de la nada, en donde hay muchas otras cosas, que también son nada; un cuervo nos sobrevoló, en sus patas llevaba lo que parecía ser una fruta, nos fue como un anzuelo que mordimos al instante, nos brillaron los ojos, tuvimos que seguirlo, ambos teníamos hambre, esperando que lo dejara caer lo intentamos alcanzar y nos condujo nuevamente hacia Odín, en donde pudimos ver que el ave se reunía junto con otras más que también aterrizaban en una pequeña pila de alimentos que comenzaban a recolectar.

 

          Molly se abrió paso casi pisando a los cuervos y sin tantito temor se sentó a morder las frutas, con los cachetes llenos y una sonrisa me preguntó: “¿Qué esperas?”; a pesar de que estábamos rodeados por cuervos que seguían trayendo comida nos pusimos a comer y a ellos no les parecía molestar nuestra presencia ni que entre los dos, principalmente Molly; casi acabáramos con todo.

 

          —¿Qué extraño, no? ¿Para que habrían de reunir comida? —habló mientras masticaba y se sacudía las migas que caían a su blusa desde su boca. 

 

          —No lo sé Molly, dímelo tú, creí que este era tu plan, solo dimos vueltas —Le contesté después de deglutir.

 

          —Mm ¡así, este era mi plan! —Se le veía forzada

 

          —No ¿no lo era verdad?

 

          —Sí, sí lo era —Asentó y no me hizo más caso.

 

          En lo que cabe desayunamos bien y ahí perdimos un buen rato de tiempo, así pasamos la mañana.

          Después de comer y de platicar como siempre, parecía que se le vino una idea más a la cabeza, me pidió que me pusiera de pie y la siguiera de nuevo.

 

          —Y ahora ¿a dónde iremos? —pregunté impaciente.

 

          Me miró de reojo y no contestó, no sabía exactamente que esperar pero supuse que era una especie de sorpresa.

 

          Llegamos a un parque pequeño, bonito, sencillo, bien estructurado pero con evidencias de descuido y abandono, entonces creí que de eso se trataba, habíamos ido para jugar, es poco común que fuéramos a un lugar como ese, debió de haber amanecido de muy buen humor, pues ¿desde cuándo aceptó abiertamente que se quería divertir como lo haría cualquier pequeño de su edad?

 

          —¿Estás bien Molly? —Le dije algo preocupado.

 

          —Sí —Señalando con su dedo golpeó suavemente el tronco de un árbol—, solo espera atrás de este árbol —Se cubrió la cara por un momento para mostrarme como hacerlo—: Tápate los ojos y cuenta hasta diecisiete, yo te diré a qué hora puedes salir.

 

          —¿Y entonces para que cuento si me dirás cuando debo salir? —Le cuestioné confundido.

 

          —¡Solo haz caso mocoso! —Hizo un berrinche tierno en su mueca.

 

          —Oye ¿ya notaste que hay algunos niños jugando ahí? ¿Piensas unirte a ellos? Eso sería un gran paso, ¿quieres que te ayude hacer nuevas amistades? De otra manera no podríamos estar aquí.

 

          —Uy en serio eres necio, ¡recargate en el tronco y cuenta hasta nueve; yo te daré una señal!

 

          Así lo hice optimista, comencé a contar y ella se dispuso a acercarse al pequeño grupo de niños que jugaban cerca de una caja de arena, por primera vez pensé que haría lo correcto y la verdad no sé porque lo pensé, pues no fue así, me descubrí la cara cuando escuché la llegada de un cuervo graznando y después oí que Molly le gritó a los niños:

 

 

“¡Fuera, fuera o traigo a los lobos para que se los devoren!”

 

 

          Sorprendido por tal afirmación; como todo adulto responsable que soy salí a reprenderla:

 

          —¡Molly! ¿Qué crees que haces? Ahora mismo dame tu apellido para que te llame por el pues estoy muy molesto y decepcionado de ti.

 

          —¿Qué estás haciendo tú? ¡Te dije que esperaras hasta la señal!

 

          —¡Señorita eso no está bien! Y ahora mismo te disculparas.

 

          Ella infló sus cachetes en forma de descontento, pero lo que quería mostrarle era obvio, tenía que aprender a ser amable y no berrinchuda.

 

          Los niños nos veían desconcertados, entonces puse más atención y vi que se trataba de los mismos chicos que siguieron y atacaron a Molly, ni bien les reconocí y un coraje me invadió, pero se supone que son solo niños, ¿debo tomar represalias contra ellos ahora que están solos? ¿Eso siquiera pensarlo está bien?, es algo injusto ¿no?, es decir, ellos son niños y yo una persona mayor, creo que sería un abuso; eso pensaba, pero ganas no me hacían falta, sin embargo, de pronto se echaron a correr despavoridos gritando totalmente asustados.

 

          —¡Eso es, lárguense! ¡Bien hecho Molly! Supongo, aunque fue grosero, supongo. —dije con inseguridad.

 

          —Yo no hice nada, él lo hizo.

 

          Señaló detrás de mí con inocencia... Eso, eso es... ¿Es un lobo?; realmente lo era, de parcialmente escaso y a su vez inconsistente abundante pelaje negro, desaliñado, enmarañado, sucio, en pésimo estado (me recordaba a la cabeza de Molly... Es broma), se veía anciano y desnutrido, a sus desalineadas orejas inertes le acompañaban sus ojos lagañosos fuertemente cerrados, jadeaba excitado mostrando sus colmillos y su larga exánime lengua oscura, daba la impresión de que sonreía amablemente.

 

          Sin embargo a pesar de lo enclenque que era y lo gracioso de su gesto; imponía mucho temor, como si su presencia fuera “espectral”, de alguna manera sé que lo vi detalladamente por su cercanía pero en mis recuerdos es como si fuera una sombra borrosa, espesa, espumosa, bueno, tú entiendes, esa clase de sinónimos que describen algo paranormal; ¿diabólico? Seguro estoy exagerando pero se veía algo perverso.

 

          Había salido de donde yo estaba recargado del árbol, por detrás de nosotros inmóvil observándonos, bueno, así fue como lo sentí pues no puedo decir que nos estaba mirando porque en realidad en ningún momento el animal abrió sus parpados.

 

          Molly se comenzó a reír, “¡Se los dije!”: gritó y brincó emocionada, yo solo veía una amenaza, pensé que nos atacaría, entonces vi al cuervo que escuché antes, no hay forma de confundirlo, era Hempel (el cuervo blanco), este pasó volando velozmente atravesando el parque, el lobo le siguió ignorándonos por completo dejando solo un rastro que se difuminaba o consumía a su paso, algo parecido a un bruma, como caspa negra o ceniza que se desprendía de su pelaje, pero no estoy seguro de lo que vi, creo que solo me dejé llevar por la impresión y me sugestioné pues me dio un buen susto ya que pensé que corríamos peligro, esos animales suelen ser agresivos, sobre todo si van en manada en busca de alimento.

 

          —No te reías, nos pudo haber agredido, este parque definitivamente está mal ubicado, no está muy lejos el campo y el bosque. Seguro está buscando alimento, pudimos haber sido sus presas —dije liberando algo de alivio tras perder de vista al lobo.

 

          —Él no nos haría daño, solo está de paso, además ¿eso importa? Cállate y escapa conmigo —Se acercó a mí con ímpetu.

 

          Ella me miró con ternura, frotó sus pequeños dedos con los míos indecisa de estrechar mi mano por completo, me conmovió, me di cuenta que solo quería pasar un rato conmigo en ese lugar, ella tenía razón, lo demás ya no importaba.

 

          Sé que a veces se portaba mal pero sus fines me rompían el corazón y me ablandaban, así que sin regañarla más caminé con ella hacia los juegos, se dirigió hacia la caja de arena y se tiró de panza como si esta en ves tuviera agua para sumergirse, lo recuerdo y no puedo evitar reír, no sé qué pasó por su cabeza hueca cuando lo hizo pero evidentemente no resultó como esperaba, el golpe sonó seco y fue inevitable para mí no carcajearme antes de ir a levantarla.

 

          —¿Qué se supone que intentabas? —La tomé de su brazo con delicadeza y le ayudé a ponerse de pie.

 

          —¡Nada! ¡tonto! Esa arena está muy dura, no sirve —Me dijo molesta mientras se sacudía el polvo y trataba de golpear mis manos para que no la tocara.

 

          —Claro niña inteligente, es arena, no un montón de pelotas.

 

          —¡No te rías! —Me reprochaba enfadada.

 

          Estaba cubierta de tierra, se sacudía la ropa y el pelo, se mostró avergonzada pero se desquitó arrojándome un puñado de arena, enseguida comenzó a correr hacia los otros juegos, y así estuvimos un largo rato, me tomaba de la mano y me hacía correr con ella, la verdad nos reímos mucho, lo disfrute bastante, entre sus ocurrencias y sus comentarios no parábamos de reír, me uní a su desajuste mental por unos momentos tan solo para divertirme como nunca.

 

          Desde esa vez comprendí que era la felicidad, en qué consistía dicha expresión, no la había visto tan empolvadamente radiante, tan hermosamente despeinada, ahora entiendo también otras cosas importantes, sin temor al mañana y sin preocupaciones; es la forma correcta de vida.

 

          Tal y como alguna vez dijo un hombre: “Hay que ser como niños para entrar en el reino de los cielos”, ese es el secreto, la clave para ser felices, solo ser como niños, vivir en impotentes harapos y no evitar la realidad que omnipotente se nos presenta en el presente imponente.

 

          Tras una fuerte decepción saber que la lección es para que crezcamos como personas y que no necesariamente todo es por nuestro bien, no sentir vergüenza después de equivocarnos y no sentir vergüenza de disculparnos, hacer las paces con el chantaje y la recompensa de un simple dulce para recalcar que lo que tiene valor no es el obsequio si no las intenciones y el deseo de perdonar.

 

          Para mí, ese “reino” del que se habla es la felicidad; verdad insustancial.

 

          Así pues nos olvidamos de todo y solo nos perdimos en nuestros impulsos, aquello vivido en ese momento con un aroma nostálgico, fue el llanto producido por las nubes, típico anuncio de que una tormenta estaba por alcanzarnos.

 

          Terminamos agotados y el último juego como ya se deben de imaginar fue el muy reconocido columpio, un parque sin ellos; no es un parque, es todo un icono.

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