
Capítulo 4: Sis puella corvus! Ostentato.
Primeramente intenté hacerla reunir con sus padres o con alguno de sus familiares para que se hicieran cargo de ella, llegué a creer que se había escapado de su casa por algún berrinche, que se había perdido y que la estaban buscando, quise pasar por mediador y juntar a esa niña extraviada con su mamá y papá.
Ella notó rápido mis intenciones y me dejó muy en claro con una voz tosca e imperturbable que no perdiera mi tiempo al respecto y como si estuviera citando la frase de un famoso libro, recitó inspirada:
“Estoy por mi cuenta, ni si quiera soy de esta ciudad al igual que tú, somos como errantes cadáveres que llevan bajo sus cicatrices las esquirlas en descomposición de los seres que hemos herido, nuestras consciencias cargan en sus hombros baldes de lágrimas y las súplicas de nuestras víctimas.”
Después dejó a un lado su actuación de poeta y se salió del papel que estaba interpretando, se arrojó al suelo para bostezando continuar:
“Así que no me molestes y aunque lo intentes solo descubrirás que no hay nadie que me conozca ni sepa de dónde vengo, simplemente llegué un día de lluvia y seguramente algún otro día lluvioso me marcharé, solo estoy de paso y me las he arreglado para sobrevivir.”
Como siempre era extraño, un momento parece hablar en serio, muy culta y con mucho estilo y al otro arroja lo logrado por la ventana, pierde el glamur y termina tirada de barriga abajo en el suelo, constantemente era así, causando falsas impresiones y confundiéndome más.
Esos son los tipos de cosas que inevitablemente me hacían preguntarme de dónde provenía, quizás de una familia con clase, adinerada y de muy buena educación, pues a veces parecía tener todo eso, y pues para demostrar lo contrario no hace falta más que rascarse el trasero y hurgarse la nariz al mismo tiempo (ok, eso fue muy gráfico).
Pero lo único que realmente sabía de ella era lo que había escuchado por absurdos rumores que corrían entre los niños del pueblo, su presencia en el mismo ya era toda una leyenda urbana.
Los niños eran crueles al respecto, cuentos extraños de lo que ella comía, de lo que hacía en las noches y de donde venía. Ellos creían que sus padres no la quisieron y que por eso la habían abandonado pues según “era muy fea”, para mí era linda, bañadita y con un buen peinado se vería muy simpática y sana.
Se asustaban entre ellos diciendo que si se la encontraban de noche terminarían sin ojos porque ella se los robaba (no dudo que Molly también incitaba y propiciaba con amenazas infantiles este tipo de historias, tampoco era tan inocente la escuincla), entre otras tonterías que la ponían en un plano de lo paranormal y de acciones que la relacionaban con monstruos y que no encajaban con la niña a la que yo vi en persona y con la que estuve conviviendo.
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Incluso los padres de familia usaban el modelo de Molly para asustar a sus hijos y chantajearlos si se portaban mal, les decían cosas ridículas como: “Si no haces caso la niña cuervo se te va aparecer en la noche y te va a robar” o cosas un poco más sensatas pero no por ello inmaduras como: “Si no haces la tarea terminarás como la niña cuervo”.
Se decía que cuando se escuchaba a un cuervo graznar era seguro que Molly rondaba cerca esperando hacer alguna travesura, era algo relativamente cierto, pues le acostumbraban a seguir algunos cuervos, la pequeña los cuidaba (o más bien, ellos cuidaban de ella) y se sentía identificada con los mismos.
Pero las bromas de Molly llegaban a veces demasiado lejos y los padres de los niños afectados no la querían más rondando por su “apreciado pueblo”, aun así, no hacían mucho para solucionar la situación pues a pesar de causarles disgusto no la consideraban un peligro, simplemente les caía mal, adicionalmente ella es muy escurridiza (como el moco de una persona resfriada) y como desconocían en donde vivía no la podían encontrar ni atrapar cuando se metía al bosque.
Lo que me llevó en algún momento a reflexionar por qué ella me guiaría hasta su guarida cuando nadie más sabía donde se ubicaba, a lo mejor por un sentimiento de lástima y al no considerarme una amenaza, no lo sé, eso sigue siendo un misterio para mí, el habernos conocido tiene la característica firma del destino o de ese Dios del que los creyentes hablan.